Imagínese el lector o lectora que es su primer día de trabajo como profesora o profesor. Entra usted a la sala de maestros y se dispone a encontrar su lugar para pasar el resto de la reunión de inicio de ciclo escolar. Esa semana no asistirán las y los estudiantes, pero deberá acudir a los espacios de planeación y capacitación que generalmente las autoridades educativas preparan.
Encuentra su lugar en el aula y muy atentamente escucha las palabras del Director del plantel, quién comenta un sinnúmero de planes, metas, objetivos, aprendizajes y cuestiones a resolver durante el año, seguido de una letanía de las dificultades que enfrenta la escuela, para finalmente cerrar con una determinación: este ciclo escolar se prestará mayor atención a las habilidades socioemocionales de las y los estudiantes.
A lo lejos, escucha usted la conversación privada y enérgica de dos profesores: “¡¿Las emociones?! Quieren que les enseñemos a solucionar su vida y ni siquiera puedo con la mía.”
Parece ficción, pero es una anécdota.
Corría el año 2016 y en México ya se estaban dando algunos pasos para que los profesores llevaran las emociones a las aulas de clases. Se escuchaba del Programa Construye T de la Secretaría de Educación Pública en colaboración con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, enfocado en el fortalecimiento de habilidades socioemocionales en estudiantes de nivel medio superior, buscando mejorar el clima escolar y disminuir la violencia; fue en 2018, con la reforma educativa, que se implementa el Programa de Educación Socioemocional para educación básica, con la intención de potenciar el desarrollo humano de las y los estudiantes, así como contribuir a la mejora de la convivencia entre comunidades.
Hoy en día, ambos programas son básicamente ignorados y se encuentran fuera de la currícula escolar obligatoria del sistema educativo público mexicano. La puesta en acción de iniciativas que aborden temas de bienestar, salud emocional y habilidades sociales depende única y plenamente de la voluntad de la escuela y del educador.
No voy a profundizar en la relevancia que tomaron estas habilidades al inicio de la pandemia por SARS-COV-II, pero resulta imprescindible reconocer cómo esa transformación que vivimos, en la que nos vimos orillados a frenar nuestras aceleradas rutinas, a transitar hacia la virtualidad, a repensar nuestras interacciones, solamente evidenció la laxitud de nuestra consciencia y regulación emocional, de nuestra vivencia de empatía y de nuestra toma de decisiones individuales y colectivas.
Seis años y una pandemia después, vale la pena replantearnos nuestras prioridades como madres, padres, educadores, o personas. Vale la pena romper las barreras de la ignorancia y empaparnos de conocimiento sobre habilidades socioemocionales. Vale la pena hacer cambios en nuestras vidas para acompañar de manera efectiva y afectiva a las niñas, niños, y adolescentes en sus caminos para transformar las suyas.
Se preguntará el lector, ¿por qué valdría la pena enfocar nuestros esfuerzos en el desarrollo de este tipo de habilidades? La respuesta es muy sencilla: porque el mundo que habitamos lo necesita y porque el mundo que habitarán las nuevas generaciones lo exige.
En 2021, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) presentó los primeros resultados de la Encuesta de Habilidades Socioemocionales que aplicó a estudiantes de 10 a 15 años en 10 ciudades de las Américas, Europa y Asia.
Los resultados de dicha encuesta no solo son relevantes, sino que dan una respuesta justificada al porqué necesitamos mirar con mayor atención a las habilidades socioemocionales. Algunos de los descubrimientos de la OCDE son:
Las habilidades socioemocionales son un predictor del desempeño académico, y las aspiraciones profesionales de las y los estudiantes.
Las y los estudiantes que reportaron un mayor sentido de pertenencia a sus escuelas y mejor relación con sus profesores, también obtuvieron resultados positivos en la valoración de sus habilidades socioemocionales.
La forma en que las y los estudiantes reconocen sus relaciones con los profesores está influenciada por sus niveles de curiosidad, logro, motivación y optimismo.
Las habilidades socioemocionales hacen realmente la diferencia respecto a la percepción del bienestar de las y los estudiantes.
Cuando las y los niños entran a la adolescencia, su nivel de satisfacción y bienestar decaen, asimismo los niveles de ansiedad aumentan, especialmente en las mujeres.
Por otro lado, las y los estudiantes que presentaron niveles más altos de optimismo, se sienten más felices con sus vidas y perciben mayor bienestar.
Cierro esta publicación con una sugerencia para todas y todos mis colegas educadores: no hay que abrumarnos, solamente debemos empezar por nosotras, nosotros mismos. Con mente abierta, corazón abierto y voluntad plena para romper el molde con el que hemos crecido; para salir de esa zona de confort que entorpece un reconocimiento más profundo de nuestras emociones, así como del impacto de éstas en nuestras decisiones y; finalmente, para atrevernos a hablar de habilidades socioemocionales, de actitudes, acciones y compromisos en las aulas de clases.
Verán cómo vale la pena.
Acerca de la autora
Karen Garduño está involucrada en gestión educativa y administración escolar desde el 2018. Actualmente, forma parte del equipo de Radix Education como Coordinadora de Programas y, a su vez, colabora en SerEs, emprendimiento de liderazgo educativo y educación socioemocional. Politóloga y Especialista en Educación Socioemocional, Karen se inspira en la posibilidad del cambio sostenible a través de la co-creación en comunidad.
Referencias:
OECD (2021), Beyond Academic Learning: First Results from the Survey of Social and Emotional Skills, OECD Publishing, Paris. Consultable en: https://doi.org/10.1787/92a11084-en .
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